lunes, 19 de enero de 2009

Los analistas bursátiles y la pajolera idea

@S. McCoy - 17/01/2009 06:00h

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¿Se puede saber a día de hoy el valor de una empresa y determinar por tanto, con un mayor o menor precisión, si está cara o barata por la comparación con el precio al que cotiza? En mi modesta opinión la respuesta es no, salvo contadas excepciones que afectan fundamentalmente a negocios regulados. El análisis fundamental ha entrado en estado de coma. No sabemos por cuánto tiempo. Pero es así. Las predicciones de los expertos en la materia confunden más que ayudan, al menos de momento. Y la abundancia de potenciales escenarios futuros invalida cualquier pronóstico que puedan hacer por la amplitud de su rango. ¿Supone esto la muerte de esta controvertida industria? No lo creo. Sólo digo que la incertidumbre actual la deja en un impasse que provocará, como ha ocurrido en otros ámbitos de la actividad financiera, una contracción severa de su dimensión, si es que no se está produciendo ya.

Efectivamente. Por ir de lo genérico a lo específico, caben dos aproximaciones para llegar al valor por fundamentos de una sociedad cotizada: top down y bottom up. La primera persigue establecer un escenario macro a partir del cual analizar la mejor o menor posición relativa respecto al mismo de la empresa estudiada y la oportunidad o no de invertir en la misma. Por poner un ejemplo cercano a todos: si el supuesto principal de partida es una desaceleración económica, intuitivamente se puede concluir que no es buen momento para los consumos cíclicos, como ha quedado demostrado por otra parte. Por el contrario, en la aproximación bottom-up se recorre el camino inverso. Partiendo de la realidad operativa y financiera de la firma en cuestión, se determina su mayor o menor atractivo, potencial que se contrasta con el entorno macro. El análisis top-down queda normalmente reservado a los estrategas, y suele terminar con una propuesta genérica de asignación de activos o asset allocation, proposición que determinaría teóricamente el 90% del éxito o fracaso de una cartera que replicara sus decisiones. De ahí su importancia y repercusión mediática. El ajuste fino correspondería a los especialistas sectoriales que serían los que, con sus propuestas específicas de inversión en empresas concretas, rellenarían cada uno de los paraguas propuestos por esos gurús.

Pues bien, ya se trate de recorrer el camino de arriba abajo o de abajo arriba, la conclusión a la que uno llega es la misma. De una claridad meridiana, por otra parte. Luz frente a las sombras que se ciernen sobre el sector. En el momento presente resulta imposible determinar, con un mínimo de certidumbre, las variables económicas clave que caracterizarán el curso de la economía no ya en los próximos años, sino meses. Sabemos que estamos en recesión, pero no tenemos ni idea si nos abocamos a una rápida recuperación o si estamos condenados a una severa depresión. Ni pajolera, vamos. Es verdad que el análisis es interpretación, como padece este mismo McCoy que les escribe todos los días. Perfecto. Y que el futuro es, por definición, incierto. Fantástico. Y que cualquier proyección no deja de ser una opinión. Fenomenal. Verdades como puños que no seré yo quien las niegue. Sin embargo eso no quita para que volvamos al elemento nuclear de la cuestión: la mayor o menor predictibilidad que se puede derivar de las conclusiones que se extraigan de un escenario como éste que es la que, en definitiva, determina su validez.

Lo van a ver más fácilmente desde este otro ángulo, que nos lleva de la mano a lo que popularmente se conoce como análisis fundamental. Vayamos con el PER, medida estática de valoración. ¿Está la bolsa cara o barata? Depende de la P y de la E. Muchos gestores miran lo primero y se olvidan de lo segundo. Como ha caído mucho la P, entonces muchos valores son una oportunidad. Claro, claro. Salvo que la E no se haya contraído más aceleradamente, digo yo. Tomemos como referencia el S&P 500. Estimado de beneficios del consenso de mercado en diciembre de 2007 para el ejercicio 2008: 84 dólares de media por acción. Bueno, no está mal. Merma del indicador esos doce meses: 40%, por redondear. Realidad de los resultados a cierre de año (estimados): 48,85 dólares, cifra que la realidad puede hacer aún peor, si nos atenemos a lo conocido hasta ahora. Nadie va a perder la oportunidad, como hemos señalado en alguna ocasión, para sacar su morralla de balance. Y, ¿entonces? Menos 40% en el numerador, menos 40% en el denominador, ustedes mismos. Y 2009 pinta igual: ¿qué se preveía a mediados de 2008, junio, para este año? 70,13 dólares. ¿Y ahora? 42,26. Otro -40% que es la cifra mágica que asoma por doquier. En 2002 el suelo fueron 24,67 dólares por acción. Alguno en Estados Unidos se pregunta por qué esta vez ha de ser diferente. En cualquier caso, la capacidad de los analistas para aproximarse a una cifra certera deja mucho que desear, ¿no creen? Quitémonos las caretas.

Cuando no se pueden estimar con exactitud los beneficios de unas empresas a las que la ausencia de financiación está obligando, en muchos casos, a reducir sus posiciones de tesorería, hablar de rentabilidad por dividendo como argumento inversor parece casi un chiste. Aún recuerdo cómo hace pocos meses ese era uno de las razones fundamentales para comprar entidades financieras británicas. Toma ya. Dios coja confesados a los que decidieron oir aquellos cantos de sirena. Pero no es sólo eso. En esta reveladora columna de Floyd Norris en New York Times del pasado 9 de enero, que comienza con la premonitoria frase “los dividendos nunca mienten”, el autor hace la cuenta de la vieja para desmontar tal afirmación, si añadimos, como habría que hacer, la recompras de acciones para amortizarlas como forma adicional de remunerar al accionista (toda vez que el beneficio individual de cada acción crece). Pues bien, entre 2004 y 2006, de los 2,4 billones de ganancia de las firmas del S&P 500, 900.000 se dieron a los socios. Perfecto. Por su parte, las compras de los propios títulos se dispararon hasta 1,7 billones. Ummm. Algo no cuadra. En efecto: el dinero crediticio fácil y barato permitió financiar hasta 200.000 de riqueza falsa para los inversores que ahora hay que devolver. Pero entonces poco importaba: disminuía el coste medio ponderado de capital, crecía el BPA, se disparaba el ROE. Miel sobre hojuelas. La mentira tiene las piernas muy cortas.

Cuando todos los argumentos anteriores fallan, y es imposible igualmente determinar, con suficientemente grado de certeza, dos de los cuatro elementos que son la base de cualquier modelo dinámico de valoración (flujos de caja y crecimiento a perpetuidad; los otros son rentabilidad sin riesgo y prima), la industria, que ve su supervivencia en juego, rescata métodos que parecían olvidados para justificar sus propuestas de inversión. Ahora el ratio de moda es la Q de Tobin que, en esencia, no me sean tiquismiquis, determina que una compañía está cara o barata poniéndola en contraposición con el coste de reposición de sus activos, derivada ilustrada del tradicional Precio sobre Valor en Libros. Bien, desde la óptica del inventor del ratio, la frontera entre precio y valor la marca el que el indicador esté por debajo de 1, oportunidad de compra, o no. Vista la debacle que se ha producido en las cotizaciones bursátiles, muchas firmas supondrían una ocasión histórica para un gestor racional. Ah, vaya, vaya. Claro que hay un pequeño problema, en un entorno de normalidad económica, el ratio puede servir cómo orientación siempre que se puedan valorar adecuadamente, primera y principal objeción, los bienes, incluidos intangibles, de la compañía. Que ya es pedir. Pero en un entorno como el actual, la cosa se complica. Y mucho. Y si entra en juego la deflación, que no desinflación, no les quiero ni contar dadas las distorsiones que puede introducir en la medida por el lado del denominador, encareciéndolo automáticamente. Cuidado.

Terminando que es gerundio y no tenemos todo el día. Conclusión: sean extraordinariamente escépticos con las opiniones de aquellos que, siendo arte y parte en este negociado, utilizan referencias a día de hoy más que inciertas para inducirles a colocar su dinero en uno u otro sitio. La ausencia de elementos objetivos medianamente seguros que den validez al análisis fundamental, recorta drásticamente su utilidad. ¿Qué hacer entonces? No, no me voy a lanzar de cabeza al análisis técnico, Dios me libre. Para mi siempre será condición suficiente y no necesaria. Es momento, sin embargo, de volver a la previa, tantas veces olvidada a la hora de comprar bolsa: conocimiento del negocio y recurrencia del mismo, fiabilidad del equipo gestor, posición competitiva en entornos de desaceleración, situación de caja y endeudamiento, consistencia en resultados, riesgo regulatorio. Tomar, analizados esos factores, una decisión previa subjetiva, no referenciada a una discrepancia valor-precio. Y entonces, y sólo entonces, tratar de determinar si ésta divergencia existe o no. ¿Un proceso intuitivo? Claro está. A ver en qué creen que se basa la industria para establecer sus predicciones. Fingers are in the aire, everywhere I look around. En fin, Serafín, el lunes más. Sean buenos.
La necesaria muerte de las Cajas de Ahorro

@S. McCoy - 19/01/2009 06:00h

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Hay que acabar con las Cajas de Ahorro. Ha llegado su hora. Y nunca se va a presentar una ocasión pintada tan calva como la que se deriva de la debilidad financiera que ahora les acompaña y que amenaza con traducirse en cadáveres antes de que concluya el mes, plazo que en su información de hoy Cacho prorroga cinco meses más. Lo dudo. Una vez que Solbes ha decidido el pasado viernes quitarse de una vez por todas la careta -tarde y mal como nos recuerda el, a mi juicio, mejor artículo de opinión de este fin de semana, firmado por Ignacio Camacho en el ABC- ya no caben excusas adicionales para sostener en el tiempo la delicada coyuntura de muchas de las entidades que integran el subsector. Llamar crítica a su situación es casi un acto de generosidad para con ellas. Su supervivencia depende no ya de su propia viabilidad financiera, no hay más que ver cómo la bajada del Euribor no ha minorado, de momento, su desesperada necesidad de captar pasivo, esto es, dinero ciudadano –tanto ofreces, tanto sufres- y financiación, sino de la voluntad política de asegurar su subsistencia. ¿Política?, ¿ha dicho alguien política? Llegamos de este modo al quid de la cuestión.



El vergonzoso espectáculo que están protagonizando tanto el ejecutivo como la principal institución financiera de Madrid no es sino una manifestación más de la confusión de intereses que caracteriza la actividad económica y social de las Cajas de Ahorro. Que nadie se rasgue las vestiduras, que en todas partes cuecen habas. O en casi todas. No hay más que ver la composición de sus órganos de gobierno, por una parte. O la absurda estructura de no propiedad y, por tanto, de no control ciudadano directo que les caracteriza, algo que la necesidad hace que se intente remediar ahora mediante la emisión a destiempo de cuotas participativas, por otra. Las Cajas son unos entes sujetos a la supervisión de un Banco de España que nunca ha entrado, cada cual tiene sus propias servidumbres, a censurar el cáncer fundamental que determina su orientación estratégica: el servicio a los intereses de los responsables administrativos de su área de influencia. Daba igual que se condonara una deuda multimillonaria a un partido; poco importaba que se concentrara riesgo inmobiliario en forma del triunvirato propiedad accionarial, financiación promotora, respaldo en operaciones corporativas; apenas tenía relevancia que algunos equipos directivos, nominados dactilarmente, a duras penas distinguieran préstamo de crédito, gasto de inversión; se pasaba por encima del crecimiento disparatado de sucursales. Mientras el ciclo acompañaba, cualquiera se atrevía a rechistar por mucha independencia de la que se alardeara.



Precisamente ha sido esa indiferencia, mejor dicho tolerancia, la que ha consolidado en el tiempo un modo de hacer finanzas que en la actualidad muestra su peor rostro. Porque si no hay mal que cien años dure, tampoco hay planificación estratégica ineficiente, asunción incontrolada de riesgos e ineficiencia palmaria de gestión que el lado oscuro del ciclo, que algunos han redescubierto descarnadamente que existe, no termine por asomar a la luz. Mala suerte, chato. Ahora que los inspectores del Banco de España aterrizan en la entidades en plan anuncio de Don Limpio en busca de las bacterias que pueblan sus cuentas anuales y que las entidades piden árnica a gritos, es el momento de cuestionarse cuál es la utilidad real de las Cajas de Ahorro más allá de las razones que justificaran su aparición al inicio de su trayectoria histórica. Si de lo que se trata es de hacer Banca Estado o Banca Región, hagámoslo abiertamente, de modo tal que las reglas del juego sean iguales para todos y cada palo aguante su vela. Si, por el contrario, lo que se persigue es mantener un espectro mínimo de competencia dentro de un esquema de libre mercado sujeto a estricta regulación y supervisión, no distingamos entre figuras jurídicas. Las Cajas, se miren por donde se miren, son un anacronismo fácilmente reemplazable por una novedad que podría responder a lo que parece de inicio una paradoja: “entidades socialmente responsables”, adjetivo tan en boga en nuestros días, intrínseco a las cajas, que ampararía su Obra Social y que requeriría de un periodo transitorio de adaptación para su equiparación al resto del sistema financiero español.

El discurso no tiene punto medio. No cabe distinguir entre unas Cajas y otras. No es posible tal discriminación. Cuando un cáncer se instala en un organismo, lo primero que hay que hacer es extirparlo. Completamente. Si queda alguna célula contaminada, las probabilidades de que el tumor se reproduzca se disparan. Algunos argüirán que gran parte de sus errores han sido compartidos por la banca tradicional. Bien, pero hay un elemento sustancial que las diferencia: la estructura de propiedad, que se traduce en una asunción de riesgos que permite exigir responsabilidades. Otros dirán que el proceso de nacionalizaciones que, iniciadas en el mundo anglosajón, amenaza con desembarcar en breve en nuestro país, hace que se trate de un movimiento innecesario toda vez que su cambio de estatus va a venir de forma sobrevenida. Bueno, habrá que verlo. La cantinela de Melody, “antes muerto que sin caja”, está en la boca de muchos dirigentes regionales que ven en ellas la única vía de financiación controlable de la que disponen. Ojalá me equivoque y sea como aquellos dicen. En cualquier caso, no es tarde para operar al enfermo. Aún hay remedio, por doloroso que resulte. Y en un momento como el actual, en el que la I de ingresos de estas instituciones se va a resentir, incluso sería bueno un proceso de integración y conversión que actuara sobre la G de gastos. ¿Voluntad política de hacerlo en un modelo autonómico como el que padecemos? Ninguna, ya se lo digo yo. Pero había que decirlo. Menudo peso me he quitado de encima. espero que me paguen con sus comentarios el encargo. Buena semana a todos.
Banco de España esperará las cifras del primer semestre para decidir si interviene alguna entidad

Banco de España, quiebra, resultados, cajas, bancos

Banco de España esperará las cifras del primer semestre para decidir si interviene alguna entidad

El ministro de Economía, Pedro Solbes (d), y el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez (Efe).

@J.Cacho - 19/01/2009

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“La situación es muy grave”, aseguran a este diario fuentes del Banco de España que exigen el anonimato. “El gobernador y su equipo han decidido dar hilo a la cometa hasta tener en su poder los resultados correspondientes al primer semestre del año en curso antes de intervenir, salvo que los problemas de liquidez obliguen a hacerlo antes”. Según estas fuentes, hay una docena de entidades que no cumplen el coeficiente de solvencia y algunas están en situación de quiebra. En la confianza de que no se dejará quebrar a ninguna Caja, el Banco de España apuesta por contemporizar para no crear alarma.

El equipo que en la plaza de Cibeles dirige Miguel Ángel Fernández Ordóñez está recogiendo los frutos de una política que, si bien no es nueva, se ha convertido en norma con él al frente de la institución: la relajación de la labor inspectora que le compete sobre las entidades de crédito, y la progresiva pérdida de respaldo -ergo de poder intimidatorio frente a Cajas y Bancos- del cuerpo de Inspectores por parte de la dirección del Banco, lo que se ha traducido en una merma de la eficacia de esa labor inspectora.

El brusco deterioro de la situación económica, bien perceptible antes incluso del pasado verano, ha forzado al antiguo banco emisor a multiplicar en los últimos meses sus labor de vigilancia sobre la salud y solvencia de bancos y cajas, mediante lo que el propio Banco dio en llamar “tests de esfuerzo” a que eran sometidas las entidades por parte del servicio de Inspección. La tarea fundamental encargada a los inspectores destacados en ellas tenía un doble objetivo: forzar a presidentes y consejeros delegados a gestionar adecuadamente la morosidad, y obligarles a llevar a cabo la desinversión de aquellos activos susceptibles de ser vendidos.

La efectividad de esta política tenía un dead line claro: el 31 de diciembre pasado. Era la fecha en la que el Banco tenía que comprobar el acierto de las medidas adoptadas. El resultado, más que decepcionante, es “terriblemente preocupante”, al decir de las fuentes. “En la mayoría de los casos, los activos que dijeron que iban a desinvertir no se han llevado a cabo, porque resulta muy difícil vender cosas que se compraron ya caras, y por otro lado se está gestionando fatal esa situación de morosidad en todo el sistema, entre otras cosas porque tanto echar gente a la calle, quienes se han quedado no son capaces de llevar adelante la gestión de una banca tradicional como la nuestra”.

“La consecuencia de todo ello es que los resultados que se van a dar no son ciertos y ello tanto en Cajas como en Bancos”, sostienen las fuentes. “En unos casos el beneficio real es más bajo del anunciado, y en otros son pérdidas abultadas, que en cerca de una docena de casos llegan al incumplimiento del coeficiente de solvencia y en otras, las menos, lisa y llanamente a la quiebra”.

Relajación en la disciplina supervisora

El incumplimiento de ese coeficiente, más la situación de quiebra técnica, más la ausencia de liquidez, se convierte en un coctel insuperable para algunas. ¿Cómo afronta la situación el Banco de España? “Salvo que los problemas de liquidez obliguen a intervenir antes, el gobernador ha decidido esperar a tener en su poder los resultados del primer semestre del año en curso antes de actuar, en lugar de coger por banda a los responsables de las entidades con problemas y decirles ‘ahora vas a hacer lo que yo te diga y punto’. En definitiva, se trata de dar hilo a la cometa”.

La situación pone en evidencia una grave relajación de la disciplina en lo que a la labor de policía del sistema que compete al Banco de España se refiere. La situación se puso de manifiesto con motivo del marcaje extremo que meses atrás sufrió Caja Castilla La Mancha, como informó este diario. Ante las vivas protestas de Hernández Moltó, presidente de la entidad, MAFO consintió en retirar a los cinco inspectores de la sede central de la Caja para enviarlos a trabajar en un piso en Madrid, no sin antes descabezar al propio equipo privándolo del senior que lo mandaba, que fue relevado y ocupado en otros menesteres.

“Los inspectores no se saben respaldados y han perdido toda su capacidad para imponer sus criterios ante los directivos de cajas y bancos”, prosiguen las fuentes. “Ante la gravedad de la situación, el Banco de España ha optado por capear el temporal en lugar de, con la discreción necesaria, tomar la iniciativa. Todo dependerá de que no ocurra una situación de falta de liquidez grave en el sistema”.